( Texto basado en la obra original Cincuenta sombras de Grey)
De: Christian Grey.
Fecha: 26 de mayo de 2011 17:22.Para: Anastasia Steele.
sunto: Límites tolerables.
-¿Qué puedo decir que no haya dicho ya? Encantado de comentarlo contigo cuando quieras. Hoy estabas muy guapa.
Christian Grey.
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Quiero verlo, así que pulso «Responder».
De: Anastasia Steele.
Fecha: 26 de mayo de 2011 19:23.
Para: Christian Grey.
Asunto: Límites tolerables.
Si quieres, puedo ir a verte esta noche y lo comentamos.
Ana.
De: Christian Grey.
Fecha: 26 de mayo de 2011 19:27.
Para: Anastasia Steele.
Asunto: Límites tolerables.
Voy yo a tu casa. Cuando te dije que no me gustaba que llevaras ese coche, lo decía en serio. Nos vemos enseguida.
Christian Grey.
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Christian cierra el portátil y se queda mirando su tapa pensativo. El interés que siente por Ana, excede de sus límites normales de interés por una mujer. La desea sexualmente, y aunque piensa que es porque llegue a ser su sumisa, nunca con ninguna otra, había mimado, cuidado y protegido. ¿ Y si no llega a conseguirlo? Este pensamiento le tortura. La indecisión de ella le vuelve loco. Nunca había sentido tal cúmulo de sentimientos. Es muy joven, inexperta y ha accedido a sus deseos sin saber absolutamente nada de la vida. No quería que a ella la pasara lo mismo que a él en su iniciación a la vida. Con sus caricias y mimos, la protegía. Quería que diferenciara un acto normal de otro desaforado, en que el varón busca únicamente su satisfacción. En él su propio placer era secundario, al final... Primero el de Ana.
Maldita sea… Viene hacia aquí. Tengo que prepararle una cosa. Las primeras ediciones de los libros de Thomas Hardy siguen en las estanterías del comedor. No puedo aceptarlas. Envuelvo los libros en papel de embalar y escribo una cita de Tess:
Acepto las condiciones, Angel, porque tú sabes mejor cuál tiene que ser mi castigo. Lo único que te pido es… que no sea más duro de lo que pueda soportar.
Hola-saludo. Me siento terriblemente cortada cuando abro la puerta. Christian está en el porche, con sus
vaqueros y su cazadora de cuero. Cada vez que le veo, las mariposas de mi estómago revolotean dentro de mi. ¡ Si al menos supiera que a él le pasa igual ! Pero no, es calculador y lo tiene todo medido.
—Hola —dice, y su radiante sonrisa le ilumina el rostro.
Me detengo un instante para admirar su belleza. Madre mía, está buenísimo vestido de cuero.
—Pasa.
—Si me lo permites —contesta, divertido. Cuando entra, le veo una botella de champán en la mano—. He pensado que podríamos celebrar tu graduación. No hay nada como un buen Bollinger.
—Interesante elección de palabras —comento con sequedad.
Él sonríe. No parece que esté enfadado, pero yo sí. Sigo molesta, y no se muy bien porqué. Deseaba verle, y hasta le propuse acudir a su hotel
—Me encanta la chispa que tienes, Anastasia.
—No tenemos más que tazas. Ya hemos empaquetado todos los vasos y copas- le comento
—¿Tazas? Por mí, bien-asiente complacido
Me dirijo a la cocina. Nerviosa, sintiendo las mariposas en el estómago; es como tener una pantera o un puma en mi salón. Le empiezo a conocer y sé que mientras me ausento, sonríe, divertido con el juego de palabras que tenemos.
—¿Quieres platito también?- le digo con guasa
—Con la taza me vale, Anastasia —me responde Christian distraídamente desde el salón.
Cuando vuelvo, está escudriñando el paquete marrón de libros. Dejo las tazas en la mesa.
—Eso es para ti, son tus libros super caros que no puedo aceptar —murmuro algo ansiosa.
Mierda… Seguro que esto termina en pelea.
—Mmm, me lo figuro. Una cita muy oportuna. —Pasea ausente el largo índice por el texto
—Pensé que era d’Urberville, no Angel. Has elegido la corrupción. —Me dedica una breve sonrisa lobuna—. Solo tú podías encontrar algo de resonancias tan acertadas.
—También es una súplica —le susurro.
¿Por qué estoy tan nerviosa? Tengo la boca seca.
—¿Una súplica? ¿Para que no me pase contigo?
Asiento con la cabeza.
—Compré esto para ti —dice él en voz baja y con mirada impasible—. No me pasaré contigo si lo aceptas. Puedo permitírmelo. Creo que ya te lo dije en otra ocasión
Trago saliva compulsivamente.
—Christian, no puedo aceptarlo, es demasiado.
—Ves, a esto me refería, me desafías. Quiero que te lo quedes, y se acabó la discusión. Es muy sencillo. No tienes que pensar en nada de esto. Como sumisa mía, tendrías que agradecérmelo. Yo te haré los regalos. Limítate a aceptar lo que te compre, porque me complace que lo hagas.
—Aún no era tu sumisa cuando lo compraste —susurro.
—No… pero has accedido, Anastasia.
Su mirada se vuelve recelosa.
Suspiro. No me voy a salir con la mía, así que pasamos al plan B.
—Entonces, ¿son míos y puedo hacer lo que quiera con ellos?
Me mira con desconfianza, pero cede.
—Sí.
—En ese caso, me gustaría donarlo a una ONG, a una que trabaja en Darfur y a la que parece que le tienes cariño. Que lo subasten.
—Si eso es lo que quieres hacer… me parece bien. Hazlo
Me sonrojo.
—Me lo pensaré —murmuro.
Observo que su mirada se ha tornado seria. No sigue con el mismo humor de hace unos momentos ¿ Qué es lo que le hace tan voluble? No quiero decepcionarle, y entonces recuerdo sus palabras. «Quiero que quieras complacerme.»
—No pienses, Anastasia. En esto, no.
Lo dice sereno y serio.
¿Cómo no voy a pensar? Te puede hacer pasar por un coche, ser otra de sus posesiones .... ¡Ay!, ¿podríamos rebobinar? El ambiente es ahora muy tenso. No sé qué hacer. Me miro fijamente los dedos. ¿Cómo salvo la situación?
Deja la botella de champán en la mesa y se sitúa delante de mí. Me coge la cara por la barbilla y me levanta la cabeza. Me mira con expresión grave.
—Te voy a comprar muchas cosas, Anastasia. Acostúmbrate. Me lo puedo permitir. Soy un hombre muy rico. —Se inclina y me planta un beso rápido y casto en los labios—. Por favor, quédate con ellos. Sé que te gustan mucho, eres una loca de la lectura, y estos son muy especiales.
Me suelta. Pienso si con todas las quince sumisas fue lo mismo. ¿ Generoso en regalos, para todas? No quiero hacerme ilusiones y pensar que sólo yo soy su preferida. También está la señora Robinson, con la que aún mantiene buena relación, y quién sabe si algo más, todavía.
—Eso hace que me sienta ruin —musito en voz baja, sin apenas mirarle. No me atrevo a mirar sus ojos, sé que me vencería- No estoy acostumbrada a recibir regalos, y tan caros, de las personas ajenas a mi familia... No de extraños.
—No deberías. Le estás dando demasiadas vueltas, Anastasia. No te juzgues por lo que puedan pensar los demás. No malgastes energía. Esto es porque nuestro contrato te produce cierto reparo; es algo de lo más normal. No sabes en qué te estás metiendo.
Mentalmente Christian vuelve a protegerla. Desea su sumisión, pero al mismo tiempo le da miedo dañarla.
Frunzo el ceño, tratando de procesar sus palabras, esas palabras de él, siempre inquietantes
—Va, déjalo ya —me ordena con delicadeza, cogiéndome otra vez la barbilla y tirando de ella suave para que deje de morderme el labio inferior—. No hay nada ruin en ti, Anastasia, eres la persona más inocente, inexperta y cabezota, que he visto. No quiero que pienses eso. No he hecho más que comprarte unos libros antiguos que pensé que te gustarían, nada más. Bebamos un poco de champán. —Su mirada se vuelve cálida y tierna, y yo le sonrío tímidamente—. Eso está mejor —murmura satisfecho
Coge el champán, le quita el aluminio y la malla, retuerce la botella más que el corcho y, la abre con un pequeño estallido y una floritura experta con la que no se derrama ni una gota. Llena las tazas a la mitad.
—Es rosado —comento sorprendida.
—Bollinger Grande Année Rosé 1999, una añada excelente —dice con entusiasmo mostrando su lado alegre. Es un hombre joven, tan sólo unos años, pocos, más que yo
—¡En taza!- comento alegre
—En taza. Felicidades por tu graduación, Anastasia- sonríe divertido
Brindamos y él da un sorbo, pero yo no puedo dejar pensar de que, en realidad, celebramos mi capitulación.
—Gracias —susurro, y doy un sorbo. Desde luego está delicioso—.
Christian me mira de soslayo, dándole vueltas en su cabeza a los pensamientos que alberga respecto a mi. Todas las "quince" eran muchachas bonitas, pero nunca sintió el interés que tenía conmigo. Nunca había estado tan pendiente de una persona, de darle toda clase de explicaciones, de cuidarla...
Trato de mantener una conversación coherente para suavizar el tenso silencio que mantenemos, sumidos cada uno en nuestros propios pensamientos
- ¿ Sabes ? Te metiste a mi padre en el bolsillo. Tocaste un tema sagrado para él: la pesca, ¿ Cómo lo supiste ?
—¿Solo porque sé pescar?.
—¿Cómo has sabido que le gusta tanto?
—Me lo dijiste tú. Cuando fuimos a tomar un café.
—¿Ah, sí? —Doy otro sorbo. Uau, se acuerda de los detalles. Mmm… este champán es buenísimo—. ¿Probaste el vino de la recepción?
Christian hace una mueca.
—Sí. Estaba asqueroso.
—Pensé en ti cuando lo probé. ¿Cómo es que sabes tanto de vinos?
—No sé tanto, Anastasia, solo sé lo que me gusta. —Sus ojos grises brillan, casi plateados, y vuelvo a ruborizarme—. ¿Más? —pregunta refiriéndose al champán.
—Por favor.
Christian se levanta con elegancia y coge la botella. Me llena la taza. ¿Me querrá achispar? Lo miro recelosa.
-¿Trabajas mañana?
—Esto está muy vacío. ¿Te mudas ya?
—Más o menos.
—Sí, es mi último día en Clayton’s.
—Te ayudaría con la mudanza, pero le he prometido a mi hermana que iría a buscarla al aeropuerto.
Vaya, eso es nuevo. ¡Tiene otra hermana! ¿ Por qué diablos me voy enterando de las cosas a cuentagotas? Son cosas de lo más normales... Yo le he hablado de mi familia, pero él... Quizá como pretende sea su sumisa, no quiere divulgar nada referente a su vida privada. ¿ Privada ? ¿Hay algo más privado que su sexualidad ? , y ¡me la ha descubierto!.
—Mia llega de París el sábado a primera hora. Mañana me vuelvo a Seattle, pero tengo entendido que Elliot os va a echar una mano.
—Sí, Kate está muy entusiasmada al respecto.
Christian frunce el ceño.
—Sí, Kate y Elliot, ¿quién lo iba a decir? —masculla, y no sé por qué no parece que le haga mucha gracia.
—¿Y qué vas a hacer con lo del trabajo de Seattle? - ¿Cuándo vamos a hablar de los límites?
¿A qué juega? ¿ Todo a un tiempo ?
¿A qué juega? ¿ Todo a un tiempo ?
—Tengo un par de entrevistas para puestos de becaria- le contesto a su primera pregunta
—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —pregunta arqueando una ceja.
—Eh… te lo estoy diciendo ahora. ¿ Por que había de decírtelo antes ? Es mi vida y que yo sepa aún no eres nada mío-le contesto malhumorada
Entorna los ojos, y me responde con sorna
- Somos novios ¿ no ? - Me quedo cortada y desvío la mirada hacia otro lado
- Somos novios ¿ no ? - Me quedo cortada y desvío la mirada hacia otro lado
—¿Dónde?´- me pregunta cortante
No sé bien por qué, quizá para evitar que haga uso de su influencia, no quiero decírselo.
—En un par de editoriales.
—¿Es eso lo que quieres hacer, trabajar en el mundo editorial?
Asiento con cautela.
—¿Y bien?
Me mira pacientemente a la espera de más información.
—Y bien ¿qué?
—No seas retorcida, Anastasia, ¿en qué editoriales? —me reprende.
—Unas pequeñas —murmuro.
—¿Por qué no quieres que lo sepa?
—Tráfico de influencias. Sé de lo que serías capaz de hacer. Así que no, no te lo diré.
Frunce el ceño.
—Pues sí que eres retorcida.
Y se echa a reír.
—¿Retorcida? ¿Yo? Dios mío, ¡qué morro tienes!. Bebe, y hablemos de esos límites.
Saca otra copia de mi e-mail y de la lista. ¿Anda por ahí con esas listas en los bolsillos? ¡ Es inaudito lo de este hombre, que lleva una en la americana, que tengo yo. Mierda, más vale que no se me olvide. Apuro la taza.
—¿Más?
—Por favor.
Me dedica una de esas sonrisas de suficiencia suyas, sostiene en alto la botella de champán, y se detiene.
—¿Has comido algo?
Ay, no… ya estamos otra vez con la dichosa comida..,.
—Sí. Me he dado un banquete con Ray.
Lo miro poniendo los ojos en blanco. El champán me está desinhibiendo. Se inclina hacia delante, me coge la barbilla y me mira fijamente a los ojos.
—La próxima vez que me pongas los ojos en blanco te voy a dar unos azotes.
¿Qué?
—Bah —susurro, y detecto la excitación en sus ojos.
—Bah —replica, imitándome—. Así se empieza, Anastasia.
El corazón me martillea en el pecho y el nudo del estómago se me sube a la garganta. ¿Por qué me excita tanto eso?
Me llena la taza, y me lo bebo casi todo. Escarmentada, le miro.
—Me sigues ahora, ¿no?
Asiento con la cabeza.
—Respóndeme.
—Sí… te sigo. Pesado .. .
—Bien. —Me dedica una sonrisa cómplice—. De los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo.
Me acerco a él en el sofá y echo un vistazo a la lista.
A discutir y acordar por ambas parte
—De puño nada, dices. ¿Hay algo más a lo que te opongas? —pregunta con ternura.
Trago saliva.
—La penetración a... tampoco es que me entusiasme.
- Anastasia. Bueno, ya veremos., cede Christian
Además, tampoco es algo a lo que podamos lanzarnos sin más. —Me sonríe maliciosamente—. Necesitarás algo de entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —susurro.
—Oh, sí. Habrá que prepararlo con mimo. Puede resultar muy placentera, créeme. Pero si lo probamos y no te gusta, no tenemos por qué volver a hacerlo.
Me sonríe.
Lo miro espantada. ¿Cree que me va a gustar? ¿Cómo sabe él que resulta placentero?
—¿Tú lo has hecho? —le susurro.
—Sí.
Madre mía. Ahogo un jadeo.
—¿Con un hombre?
—No. Nunca he hecho nada con un hombre. No me va.
—¿Con la señora Robinson?
—Sí.
Madre mía… ¿cómo? Frunzo el ceño. Sigue repasando la lista.
Asiento con la cabeza, incapaz de mirarle a los ojos, y vuelvo a apurar mi taza.
—¿Más? —me pregunta.
—Más —, y de pronto, mientras me rellena la taza, recuerdo la conversación que hemos mantenido antes. ¿Se refiere a eso o solo al champán? ¿Forma parte del juego todo esto del champán?
Me encojo de hombros, mirando la lista.
-Depende, si van a dañarme no ..,-digo resueltamente
—Ah… ¿y el «otros»?- pregunto- ¿ qué son ?
—Cuentas, huevos… ese tipo de cosas.
—¿Huevos? —inquiero alarmada.
—No son huevos de verdad —ríe a carcajadas, meneando la cabeza- Christian piensa ¡ qué inocente e inexperta es!...
Lo miro con los labios fruncidos.
—Me alegra ver que te hago tanta gracia.
No logro ocultar que me siento dolida.
Deja de reírse.
—Mis disculpas. Lo siento, señorita Steele —dice tratando de parecer arrepentido, pero sus ojos aún chispean—. ¿Algún problema con los juguetes?
—No —espero. De momento lo dejamos ahí
—Anastasia —dice, zalamero—, lo siento. Créeme. No pretendía burlarme. Nunca he tenido esta conversación de forma tan explícita. Eres tan inexperta… Lo siento.
Me mira con ojos grandes, grises, sinceros.
Me relajo un poco y bebo otro sorbo de champán.
—Vale… bondage —dice volviendo a la lista.
La examino, y la diosa que llevo dentro da saltitos como una niña a la espera de un helado.
¿Acepta la Sumisa lo siguiente?
• Bondage
• Bondage con cinta adhesiva.
• Bondage con muñequeras de cuero.
Christian me mira arqueando las cejas.
—¿Y bien?- me dice
—De acuerdo —susurro y vuelvo a mirar rápidamente la lista.
• Manos al frente.
• Muñecas con tobillos.
• Tobillos.
• A objetos, muebles, etc.
• Codos.
• Manos a la espalda.
• Rodillas.
¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos?
¿Acepta la Sumisa que se la amordace?
—Ya hemos hablado de la suspensión y, si quieres ponerla como límite infranqueable, me parece bien. Lleva mucho tiempo y, de todas formas, solo te tengo a ratos pequeños. ¿Algo más?
—No te rías de mí, pero ¿qué es una barra rígida?
—Prometo no reírme. Ya me he disculpado dos veces. —Me mira furioso—. No me obligues a hacerlo de nuevo —me advierte. Y tengo la sensación de encogerme visiblemente… madre mía, qué tirano—. Una barra rígida es una barra con esposas para los tobillos y/o las muñecas. Es divertido.
—Vale… De acuerdo con lo de amordazarme… Me preocupa no poder respirar.
—A mí también me preocuparía que no respiraras. No quiero asfixiarte.
—Además, ¿cómo voy a usar las palabras de seguridad estando amordazada?
Hace una pausa.
—Para empezar, confío en que nunca tengas que usarlas. Pero si estás amordazada, lo haremos por señas —dice sin más.
Lo miro espantada. Pero, si estoy atada, ¿cómo lo voy a hacer? Se me empieza a nublar la mente… Mmm, el alcohol.
—Lo de la mordaza me pone nerviosa.
—Vale. Tomo nota.
Lo miro fijamente y entonces empiezo a comprender.
—¿Te gusta atar a tus sumisas para que no puedan tocarte?
Me mira abriendo mucho los ojos.
—Esa es una de las razones —dice en voz baja.
—¿Por eso me has atado las manos?
—Sí.
—No te gusta hablar de eso —murmuro.
—No, no me gusta. ¿Te apetece más champán? Te está envalentonando, y necesito saber lo que piensas del dolor.
Maldita sea… esta es la parte chunga. Me rellena la taza, y doy un sorbo.
—A ver, ¿cuál es tu actitud general respecto a sentir dolor? —Christian me mira expectante.
Te estás mordiendo el labio —me dice en tono amenazante.
Paro de inmediato, pero no sé qué decir. Me ruborizo y me miro las manos.
—¿Recibías castigos físicos de niña?
—No.
—Entonces, ¿no tienes ningún ámbito de referencia?
—No.
—No es tan malo como crees. En este asunto, tu imaginación es tu peor enemigo —susurra.
—¿Tienes que hacerlo?
—Sí.
—¿Por qué?
—Es parte del juego, Anastasia. Es lo que hay. Te veo nerviosa. Repasemos los métodos.
Me enseña la lista. Mi subconsciente sale corriendo, gritando, y se esconde detrás del sofá.
.Varazos
• Azotes.
• Latigazos.
—Vale, . Muy bien. Lo que más duele son los varazos.
Palidezco.
—Ya iremos llegando a eso.
—O mejor no llegamos —susurro.
—Esto forma parte del trato, nena, pero ya iremos llegando a todo eso. Anastasia, no te voy a obligar a nada horrible.
—Todo esto del castigo es lo que más me preocupa —digo con un hilo de voz.
—Bueno, me alegro de que me lo hayas dicho. Quitamos los varazos de la lista de momento. Y, a medida que te vayas sintiendo más cómoda con todo lo demás, incrementaremos la intensidad. Lo haremos despacio.
Trago saliva, y él se inclina y me besa en la boca. Me desconcierta mucho. Unas veces se muestra flexible, y otras, como con los varazos, es férreo. Pienso que no le debo interesar tanto
—Ya está, no ha sido para tanto, ¿no?
Me encojo de hombros, con el corazón en la boca otra vez.
—A ver, quiero comentarte una cosa más antes de llevarte a la cama.
—¿A la cama? —pregunto parpadeando muy deprisa, y la sangre me bombea por todo el cuerpo,
—Vamos, Anastasia, después de repasar todo esto, quiero estar contigo desde ahora, hasta la semana que viene. Todo esto que hemos repasado, debe haber tenido algún efecto en ti también.
Me estremezco.
—¿Ves? Además, quiero probar una cosa- me dice
—¿Me va a doler?
—No… deja de ver dolor por todas partes. Más que nada es placer. ¿Te he hecho daño hasta ahora?
Me ruborizo.
—No.
—Pues entonces. A ver, antes me hablabas de que querías más.
Se interrumpe, de pronto indeciso.
Madre mía… ¿adónde va a llegar esto?
Me agarra la mano.
—Podríamos probarlo durante el tiempo en que no seas mi sumisa. No sé si funcionará. No sé si podremos separar las cosas. Igual no funciona. Pero estoy dispuesto a intentarlo. Quizá una noche a la semana. No sé.
De nuevo aparece el Christian dulce y comprensivo. Madre mía… me quedo boquiabierta, mi subconsciente está en estado de shock. ¡Christian Grey acepta más! ¡Está dispuesto a intentarlo! Mi subconsciente se asoma por detrás del sofá, con una expresión aún conmocionada en su rostro de arpía.
De nuevo aparece el Christian dulce y comprensivo. Madre mía… me quedo boquiabierta, mi subconsciente está en estado de shock. ¡Christian Grey acepta más! ¡Está dispuesto a intentarlo! Mi subconsciente se asoma por detrás del sofá, con una expresión aún conmocionada en su rostro de arpía.
—Con una condición.
Estudia con recelo mi expresión de perplejidad.
—¿Qué? —digo en voz baja. Lo que sea. Te doy lo que sea- digo para mis adentros
—Que aceptes encantada el regalo de graduación que te hago.
—Ah.
Y muy en el fondo sé lo que es. Brota el temor en mi vientre.
Me mira fijamente, evaluando mi reacción.
—Ven —murmura, y se levanta y tira de mí.
Se quita la cazadora, me la echa por los hombros y se dirige a la puerta.
Aparcado fuera hay un descapotable rojo de tres puertas, un Audi.
—Para ti. Feliz graduación —susurra, estrechándome en sus brazos y besándome el pelo.
Me ha comprado un puñetero coche, completamente nuevo, a juzgar por su aspecto. Vaya… si ya me costó aceptar los libros. Lo miro alucinada, intentando desesperadamente decidir cómo me siento.
Por un lado, me horroriza, por otro, lo agradezco, me flipa que realmente lo haya hecho, pero la emoción predominante es el enfado. Sí, estoy enfadada, sobre todo después de todo lo que le dije de los libros… pero, claro, ya lo ha comprado. Cogiéndome de la mano, me lleva por el camino de entrada hasta esa nueva adquisición.
—Anastasia, ese Escarabajo tuyo es muy viejo y francamente peligroso. Jamás me lo perdonaría si te pasara algo cuando para mí es tan fácil solucionarlo…
Él me mira, pero, de momento, yo no soy capaz de mirarlo. Contemplo en silencio el coche, tan asombrosamente nuevo y de un rojo tan luminoso.
—Se lo comenté a tu padrastro. Le pareció una idea genial —me susurra.
Me vuelvo y lo miro furiosa, boquiabierta de espanto.
—¿Le mencionaste esto a Ray? ¿Cómo has podido?
Me cuesta que me salgan las palabras. ¿Cómo te atreves? Pobre Ray. Siento náuseas, muerta de vergüenza por mi padre.
—Es un regalo, Anastasia. ¿Por qué no me das las gracias y ya está?
—Sabes muy bien que es demasiado.
—Para mí, no; para mi tranquilidad, no.
Lo miro ceñuda, sin saber qué decir. ¡Es que no lo entiende! Él ha tenido dinero toda la vida. Vale, no toda la vida —de niño, no—, y entonces mi perspectiva cambia. La idea me serena y veo el coche con otros ojos, sintiéndome culpable por mi arrebato de resentimiento. Su intención es buena, desacertada, pero con buen fondo.
—Te agradezco que me lo prestes, como el portátil.
Suspira hondo.
—Vale. Te lo presto. Indefinidamente.
Me mira con recelo.
—No, indefinidamente, no. De momento. Gracias.
Frunce el ceño. Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias por el coche, señor —digo con toda la ternura de la que soy capaz.
Me agarra de pronto y me estrecha contra su cuerpo, con una mano en la espalda reteniéndome y la otra agarrándome el pelo.
—Eres una mujer difícil, Ana Steele.
Me besa apasionadamente, obligándome, sin contemplaciones.
Me excito al instante, y le devuelvo el beso con idéntica pasión. Le deseo inmensamente, a pesar del coche, de los libros, de los límites tolerables… de los varazos… le deseo.
—Me está costando una barbaridad no tenerte encima del capó de este coche ahora mismo, para demostrarte que eres mía y que, si quiero comprarte un puto coche, te lo compro.
MUSICA DE CHRISTIAN GREY: Someone like you (Adele )
FRASES DE GREY:
TRAILER:
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